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Kiwi, un concentrado de vitaminas

Es un arbusto fácil de cultivar, generoso y no exige excesivos cuidados.


En la naturaleza todo fluye y se regula mediante un continuo juego de equilibrios, por eso el otoño, cuando empieza a escasear la luz del sol, y el frío no permite el rápido o buen desarrollo de hortalizas frescas que nos aporten las dosis diarias de energía solar convertida en vitaminas y fitonutrientes, es la estación en que los árboles –cuyos frutos fueron flor en primavera y crecieron absorbiendo luz solar a lo largo del caluroso verano– terminan de madurar con la rojiza luz del otoño. Al consumir frutas otoñales como las granadas, mandarinas, naranjas, caquis o kiwis, aparte de las múltiples y necesarias vitaminas, estamos ingiriendo la luz y la energía solar concentrada en dichos frutos. Tal vez ésta sea una de las razones de que partir del otoño dejen de apetecernos las refrescantes frutas veraniegas como la sandía o los melones, y empiecen a atraernos más los rojos granos de la granada o la dulce acidez del kiwi. El kiwi parece un fruto tropical, pero en realidad su origen son los sotobosques de China, algo a tener en cuenta a la hora de su cultivo en nuestro huerto, puesto que no tolera el exceso de calor, la sequedad ambiental o los vientos intensos.

Una enredadera que da cobijo Su cultivo es relativamente fácil, ya que es una planta rústica que rara vez se ve afectada por plagas o enfermedades, y se desarrolla rápidamente, como una enredadera, de forma similar a las parras, permitiendo cubrir pérgolas o estructuras a modo de cobertizos verdes, sirviendo de sombreado de pasadizos o terrazas, o como espacio cubierto donde aparcar el coche a la sombra. Para un buen desarrollo de los arbustivos de kiwis, las claves están en ofrecerles una tierra fértil, suelta o arenosa, ya que no toleran las tierras muy arcillosas, pesadas y con tendencia a encharcarse de agua. Otro punto importante es la correcta y regular hidratación, por lo que agradecen los sistemas de riego por goteo o por micro aspersión, que proporcionan humedad al suelo y al ambiente. Sus hojas son anchas y frágiles, por lo que se deshidratan con facilidad y les afectan los fuertes vientos. A los kiwis les gustan los climas suaves, ni muy fríos ni excesivamente calurosos, y toleran mejor el frío invernal que el bochornoso calor veraniego. Como planta de sotobosque que es, no requiere demasiadas horas de luz y puede cultivarse en zonas semisombreadas. Su rápido desarrollo y pronta fructificación –a los dos o tres años de su plantación– hacen necesario un aporte regular de materia orgánica bien descompuesta –unos cinco kilos por metro cuadrado al año–, pudiéndose efectuar abonados de cobertura en otoño o invierno, tras la recolección de los frutos. El acolchado con materiales orgánicos como paja, pinaza seca o triturado de podas, protege el compost de la deshidratación, mantiene el suelo más húmedo y evita la emergencia de hierbas, ahorrándonos labores de desherbado. Para que cuajen las flores y nos den abundantes frutos, requieren la presencia de una planta macho cada cuatro o cinco plantas hembra, aunque también se puede injertar una rama macho en las plantas hembra. Los cultivaremos entutorados y en estructuras de emparrado, plantando cada kiwi a unos cuatro o seis metros uno del otro. Su cultivo es similar al de las viñas emparradas y, al igual que la vid, sólo fructifica en las ramas nacidas el mismo año, por lo que podaremos regularmente las ramas más viejas y algunos de los muchos renuevos que regularmente rebrotan de su tallo o guía central.

Cosecha abundante La recolección suele realizarse a finales de otoño, cuando el fruto está bien formado, pero aún no ha madurado. Los kiwis terminan de madurar tras la cosecha y pueden conservarse durante muchos meses, si los guardamos en un lugar oscuro, fresco y aireado. Cuando queramos que maduren para consumirlos, los sacamos de su lugar de conservación y los colocamos junto a manzanas maduras, cuya exhalación de auxinas provocan la maduración de los kiwis en apenas 24 horas.

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